sábado, 28 de marzo de 2015

Las torrijas de mi abuela Angelita


Hoy os traigo una receta de tradición oral que debe llevar más de 100 años en mi familia: yo la aprendí de mi madre, mi madre de mi abuela y ésta de mi bisabuela. Y no tenemos datos para remontarnos más, porque a nadie se le ocurrió preguntarle a la bisa de dónde había sacado esta receta, pero supongo que también sería de su madre, y así... ¿hasta cuándo?.

Madre mía, ¡te hace sentir muy especial!.

Son un desayuno energético, un postre exquisito, una merienda excepcional o una cena reconfortante. Son tradición, son amor, son familia.

Así que, este post está dedicado a mi abuela, que sigue viva en mi corazón y la que imagino en un lugar maravilloso, orgullosa de todos nosotros y cuidando de todos los perretes que van llenando la vida de su familia, que es la mía.



Muchos diréis que al fin y al cabo no son más que torrijas, que todas son más o menos iguales. Pero en este caso, no, porque nunca he encontrado a nadie que las prepare de esta forma.

¡Vale!, en lo básico son iguales al resto, pero en el remate final está la gran diferencia. Estas torrijas se vuelven a bañar en leche con miel después de fritas y se conservan bien sumergidas, para que no se resequen nada.

Creo que la diferencia principal es que siempre están extrajugosas. Es bastante frustrante ir a comer una torrija y que siga siendo una rebanada de pan duro, que no ha visto la leche ni de lejos. Pero preparándolas de esta forma, esto no pasa jamás.



Repasando un poco la historia de las torrijas, nos encontramos que en España se las menciona ya en varios libros del siglo XV y estaban destinadas para ayudar a la recuperación de las parturientas tras el alumbramiento.

No queda muy claro cuándo ni cómo comenzaron a relacionarse con la Cuaresma, pero seguramente tenga que ver con el aprovechamiento del pan duro en los periodos de abstinencia, ya que al fin y al cabo, es un plato con gran capacidad para saciar el hambre y está lleno de energía.

Aquí hay que hacer una puntualización, porque se comen en Semana Santa en toda España, menos en Cantabria, donde es tradición prepararlas en Navidad.

A comienzos del siglo XX eran muy habituales en las tabernas de Madrid acompañando a los chatos de vino.

Hoy podemos encontrar versiones de las torrijas por medio mundo, ya sea por le emigración de españoles, cómo en el caso de América del Sur, por el turismo o por tradiciones paralelas, como en Europa ("Pain perdu" en Francia, "French toast" en países de habla inglesa, etc.).



Para elaborar la receta podéis utilizar cualquier tipo de pan, siempre que sea un pan con buena miga. Mi abuela lo hacía con un pan blandito que había entonces, similar al pan de molde o a los panes para torrijas actuales que inundan nuestros mercados en estas fechas.

Las cantidades que os voy a presentar son un poco variables, porque dependen del tipo pan que uséis, de que tenga la miga más o menos apretada, de que os gusten más o menos dulces, etc.

Si tenéis que aumentar la cantidad de leche para mojar, por ejemplo, sólo tenéis que añadir más azúcar, canela y aroma proporcionalmente.

Igualmente, si queréis hacerlas un poco más bajas en calorías, podéis sustituir la leche entera por leche desnatada y reducir las cantidades de azúcar y de miel.







Torrijas de la abuela Angelita

(Para unas 18 unidades)



Ingredientes

  • Pan - 1 barra del día anterior (normal o de torrijas, son unos 500 g)
  • Leche entera - 2 litros
  • Aroma - Piel de un limón o 1 cucharada de extracto de vainilla (al gusto)
  • Canela en rama - 1 palito
  • Azúcar - 300 g (y un poco más para espolvorear)
  • Miel - 250 g
  • Huevos - 4 unidades
  • Aceite de oliva - Para freír
  • Canela en polvo - Para espolvorear



Elaboración


Comenzamos poniendo a calentar 1 litro de la leche, con el azúcar, el palito de canela y la piel del un limón o el extracto de vainilla. Varilla todo bien para que se disuelva el azúcar y no pongas el fuego muy fuerte, así no se pegará al fondo del cazo.

Mientras que se calienta la leche, rebanamos el pan, que tiene que ser del día anterior o de un par de días, para que esté un poco seco y la miga no se desmorone al empaparla en la leche.


El grosor de las rebanadas es un poco al gusto, pero que tengan por lo menos un par de centímetros, para que retengan bien la humedad.

Las distribuimos en una bandeja amplia.

Cuando la leche rompa a hervir, repartimos la leche por encima de las rebanadas, ayudándonos de un cazo.
Reservamos un poco de la leche y esperamos a que absorban completamente.
Las volteamos y usamos el resto de la leche para volver a empaparlas.

Aunque la bandeja se llene de leche y parezca que nos hemos pasado, ten paciencia porque acaban chupando todo el litro y dependiendo del pan, a veces aún más. Es muy importante voltearlas y comprobar que no queden partes secas.


Preparamos una sartén con abundante aceite donde freír las torrijas y la ponemos a calentar a fuego medio.

En un plato o un bol, batimos los huevos.

Con paciencia y cuidado para que no pierdan leche, pasamos cada rebanada por el huevo, empapándola completamente y, de ahí a la sartén hasta que estén doraditas por ambas caras.

Intenta ir retirando todas las puntillas de huevo que van quedando sueltas en el aceite, para que dure limpio el mayor tiempo posible.


Una vez fritas las pasamos a una bandeja con papel absorbente para quitar el exceso de aceite.

Después las ponemos en un recipiente con fondo y las espolvoreamos generosamente con azúcar y canela en polvo.


Para terminarlas, calentamos el otro litro de leche, o la parte que nos quede si hemos tenido que usar más para empapar el pan, junto con la miel. Igual que antes, tenemos que removerlo bien para que se disuelva la miel y no se pegue al cazo.

Cuando rompa a hervir la vertemos encima de las torrijas y dejamos que se enfríen a temperatura ambiente.

Volverán a absorber algo de leche y se quedarán absolutamente jugosas.


Cuando hayan templado, las metemos a la nevera para que enfríen bien.

Si puedes esperar están más ricas al día siguiente, cuando se han mezclado bien todos los sabores.

Cuando las sirvas, acompáñalas de una dosis generosa de "caldito".
A mi me encanta meterlas en un bol, cubrirlas con la leche y comérmelas con una cuchara de sopa, para poder coger torrija y mucha leche a la vez.


Espero que os guste la receta y que sean como sean, disfrutéis de unas buenas torrijas esta Semana Santa.

¡Buen fin de semana y dulces torrijas!

2 comentarios:

  1. Me has hecho llorar por la belleza y sentimiento de tu post. Un beso muy grande mamá¡¡¡
    Me muero de ganas por probarlas¡¡¡¡¡¡ Espero que hayas hecho para mí por lo menos 100, las demás las repartes¡¡¡¡
    Son mis preferidas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias Mami!. ¿Cómo no iba a salir un post bonito hablando de la abuela y de una de sus recetas?. Mil gracias a ti por estar siempre ahí, por enseñarme a cocinar y por tener la paciencia, año tras año, de recordarme que iba primero... ¿el azúcar o la miel?? :)

      Y sobre lo de las 100 torrijas... ¿no te conformas con unas pocas menos?. Cuando llegan estas fechas siempre pienso en porqué comeremos torrijas sólo una vez al año, con lo ricas que están, pero después de 5-6 horas metida en la cocina y de 3-4 barras de torrijas, ¡recuerdo el porqué!. ¡Qué hartura!. Jajajajajaja. ¡Te quiero!

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